viernes, 10 de agosto de 2012

Gabo ya olvidó a sus putas tristes

Julio C. Caicedo Mendieta
Escritor costumbrista.
juliocecaim@gmail.com

“Memoria de mis putas tristes” (2004) creo que es lo último y mejor que ha escrito este latinoamericano tan bellaco, de esta corta novela recuerdo: “La moral es cosa del tiempo, ya lo verás”. Ya Gabo cumple la edad perfecta para uno morirse tranquilo, 85 años cumple el escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista nacido en Aracataca, el pueblo de la costa caribeña colombiana camino a Valledupar, más aburrido que un mono tití recién cogido en el patio trasero del finado Jito Martínez de Villa Rosario.

Al parecer San Pedro necesita a Gabo allá en el Purgatorio sin los fatídicos, obsoletos y atrabiliarios hermanos Castro en la memoria, sin los recuerdos de Bush, Pinochet y otros demonios. No hay dudas de que desde hace mucho tiempo la Eternidad requiere a un narrador de fantasías y realidades muy fresco con la capacidad para escribir temas fuera del contaminado planeta Tierra. La pérdida gradual e ineluctable de memoria y lucidez de Gabriel García Márquez es una enfermedad cerebral desafortunada que por lo general ataca a los viejitos y entonces los que no sabemos decimos que es locura, como el propio hermano del narrador que declaró en Méjico hace un par de horas que el premio Nobel sufre de locura senil.

Gabo podrá olvidarse en cualquier momento de todos, incluyendo a sus personajes, pero nosotros jamás lo haremos con él.

De todas las novelas de uno de los colombianos más queridos por el mundo, la única que no he podido terminar es precisamente la que le dio el premio Nobel de literatura: “Cien años de soledad”. No he podido terminarla, pese a que la comencé a leer en 1977, diez años después que la presentara a la vindicta pública, me detuve muchas páginas después que le dio vida a un pueblo que llamó Macondo (mítico totalmente), que le sirvió para su proyecto global literario.

Fantástico leer a Gabo, pero me frenó cuando no recuerdo en qué parte habló de un personaje secundario a quien había nacido con una cola de puerco a la altura del ñango, yo repelé esa invención, pero más me sorprendí cuando me dijeron que de Europa y otros confines del mundo le habían mandado fotos con gente que hasta ese momento no se habían atrevido a contar, por pena, el haber nacido con una cola de puerco.

Ojalá que Gabo nos dure en este mundo en donde todavía los más vivos viven de los más pendejos, sobre todo porque, si hay un gusto grande, es releer sus obras: “Hojarasca” (1955), obra en la que, para mí, faltó insinuar que fue el comienzo de cómo se cagaron los comunistas en las BANANERAS de todo el Caribe incluyendo Colombia, Panamá y Costa Rica, industria agrícola tan necesaria para países con el mal crónico de poseer excedentes de mano de obra no calificada; “El coronel no tiene quién le escriba” (1961) y otras joyas que no recuerdo bien los nombres y que no voy a buscarlos ahorita.

No hay comentarios: