Hace días comenzó la serie colombiana
“Pablo Escobar: el patrón del mal” en TVN, poco tiempo después
de que comenzó en Colombia. Desde que la comenzaron en Colombia y vi
todas las informaciones, supe que vendría para Panamá y me dije que
la vería. Y la estoy viendo, sin falta. Un poco, más bien, bastante
fuerte, pero es una novela historiada o una historia novelada, como
lo quieran poner. Y ya sabemos que el sujeto de marras no era
precisamente un ser compasivo, por ello murió como vivió,
violentamente. En Colombia tuvo rechazo desde que comenzó, igual que
acá... porque, según leí de algunos nacionales del vecino país,
no es necesaria o no es bueno que se continué en Colombia con esa
tendencia de los últimos años a las narconovelas, incluso hubo
quien dijo que era exaltar la imagen de un personaje tan nefasto.
Viniendo a Panamá, esta presentación
ha generado críticas de los televidentes y lo que parece un acuerdo
de los representantes del medio por responder a esas críticas,
cuando leemos a periodistas o vemos presentadores de programas
haciendo alusión al tema o más bien dando una respuesta que siempre
termina en “tú tienes el control”, viniendo desde premisas como
“la educación comienza por casa”, “los padres son los
responsables de lo que ven los hijos”, etcétera. Lo cual... es
cierto. La educación de los hijos inicia en sus padres, en sus
familias.
Este tema de TVN y su nueva narconovela
trae a colación otro tema ya viejo sobre lo que sale de los medios a
la sociedad y siempre quedamos en los mismo, nada cambia, y el
descontento de la sociedad, que nos necesita, como nosotros a ella,
sigue creciendo. Mientras los medios se defienden y los comunicadores
quedamos en medio, pero tampoco aportamos nada en beneficio de la
solución. Un círculo vicioso, que a veces se rompe cuando los
gobiernos arremeten contra medios y comunicadores, pues la sociedad
parece entender que, pese a que no le gusten ciertas cosas nuestras,
nos necesita libres.
La gente de los medios, toda, tiene
-tenemos- la piel muy sensible a la crítica; por ello, quizás sea
saludable la autocrítica. Un ejercicio sano, que no significa
despellejarnos para complacer a nadie. Simplemente me parece justo
que miremos hacia dentro y analicemos sin demasiada pasión nuestro
papel en la sociedad.
Nos hacemos llamar “comunicadores
sociales”, “medios de comunicación social”, lo cual implica un
enorme compromiso con... la sociedad a la cual servimos y de la cual
nos servimos. Tengamos esto último claro... nos servimos de la
sociedad.
Entramos a las casas de miles de
familias todos los días, a todas horas, con cualquier cantidad de
información; peleamos, casi literalmente, por la atención de la
sociedad, hacemos de todo para captar esa atención y mantenerla
pegada a nosotros el mayor tiempo posible.
Hacemos concursos de todo tipo,
regalamos cupones, elaboramos una agenda que incluye, según
nosotros, lo más llamativo para que la audiencia y/o los lectores
nos den su preferencia.
LOS QUEREMOS con nosotros. Pero a la
hora de rendir cuentas por el producto que estamos ofreciendo, nos
sacudimos diciendo “cambie el canal”, “gire el dial”, “compre
otro periódico”. Aquí en nombre de la justicia y la realidad,
debo resaltar, lo que ya sabemos, el medio que mayor influencia
social tiene, y va creciendo, es la televisión, ahí no cabe
discusión. No obstante, la responsabilidad la reconozco como de
todos.
En lo personal, soy sumamente sensible
a la crítica a mi trabajo y al de mis colegas o sobre los medios de
comunicación, cuando viene de quienes ni trabajan en los medios, ni
son periodistas. Pero debo reconocer que es justo mucho de lo que se
señala; porque si bien, como decimos hasta el cansancio, la
educación comienza por casa, nosotros, repito, estamos metidos en
sus casas. No es cuestión de que suelten insultos y acusaciones
alegremente en nuestra contra y que nosotros nos rasguemos las
vestiduras; es lo necesario, un autoexamen que surja de nuestra
propia iniciativa, buscando cumplir con nuestra parte en la sociedad.
Esa sociedad sobre la cual tenemos
nuestros ojos permanentemente, y a la cual cuestionamos, valoramos,
tratamos de guiar en una u otra dirección. Esa sociedad con la cual,
nos guste o no, lo entendamos así o no, tenemos una responsabilidad.
Y esa responsabilidad nace del gran poder que tenemos, como decía en
las redes sociales hoy día, por eso lo de “cuarto poder”... es
real. Quien no lo crea, trate de tener éxito en alguna actividad sin
el apoyo constante, permanente, de los medios y su gente,
prácticamente imposible.
Pero esa realidad no es solo para que
nos enseñoremos, es para usarla bien, y podemos hacerlo. No es la
mejor respuesta que, después que pedimos que nos dejen entrar a sus
casas, les digamos que nosotros no tenemos ninguna responsabilidad
con la educación de sus hijos, a quienes “enamoramos” a diario,
cada medio según su propio estilo y oferta. Ni siquiera es
conveniente a nuestros intereses que respondamos así. Es como que
los educadores digan que no es su responsabilidad si los chiquillos
aprenden o no, es su trabajo, su responsabilidad, incentivarlos a
aprender; igual que del médico darle al paciente todo el cuidado y
atención para que entienda lo importante de seguir su tratamiento.
No debemos pelearnos con nuestra razón
de ser, ya sea los comunicadores como profesionales, o los medios
como empresas, debemos hacerle sentir que sí vale la pena que nos
prefiera, porque cuando le decimos “agradecemos su preferencia”
es verdad; pues, comprendemos y hacemos nuestra la responsabilidad
social que nos corresponde, como parte de la misma sociedad a la que
cada mañana saludamos desde nuestras pantallas, cabinas de radio o
portadas de periódicos. Mejoremos la oferta, cambiemos la respuesta;
pues, también, somos parte de la sociedad y a ella nos debemos.
Como
dice un conocido, así lo veo, así lo digo...