Bien, he estado pensando mucho antes de referirme a este
tema, porque me incomoda muchísimo, pero siento que debo decir
"algo".
Primero, yo no tengo temor en manifestar que, si bien alguna
vez creí en el mensaje latinoamericanista de Hugo Chávez, ya no y menos en la
deformación total de ese primer mensaje que son Nicolás Maduro y compañía.
Y sí opino al respecto, y con todas mis fuerzas, y tengo una
posición inquebrantable sobre esa situación tan censurable que se impone al
pueblo venezolano, porque, gracias a la clase política latinoamericana fallida,
a lo que no es ajeno Panamá, regímenes como el de Venezuela son un riesgo real
para toda la región, porque falsos mesías que se aprovechan del descontento de los
pueblos pueden llegar a convertirse en gobernantes en cualquiera de nuestros
países, como ya hay varios que sin llegar a la situación extrema de Venezuela,
se le arriman muchísimo.
Creo firmemente en que los pueblos latinoamericanos -y
nuestros Gobiernos- no debemos mirar para otro lado cuando de defender la
democracia se trata. Cada uno de nuestros pueblos tiene sus propios problemas,
eso ya lo sabemos, y el de Panamá, pues definitivamente que tiene muchísimos,
comenzando con la corrupción que ha embarrado a mucha gente y por la que todos
los días nos dan una nueva sorpresa. No obstante, como dije, no podemos ni
debemos hacernos de ojos ciegos ni oídos sordos ante lo que sucede a otros
pueblos, porque “eso se pega”, ¡pueden jurarlo! Así que no es solo por apoyar
al pueblo venezolano o a cualquier pueblo en circunstancias similares, es
también por nosotros mismos.
Sin embargo, cuando abrimos –o abrieron en nuestro nombre,
pero sin preguntarnos ni avisarnos- las puertas a quienes por las razones que
sean decidieron dejar su país, hablando en este caso específico de Venezuela,
esperábamos que vinieran a trabajar, estudiar, hacer sus vidas, ya sea de
manera temporal, semipermanente o permanente, pero con respeto a nuestro país,
a nuestra forma de vida, a nuestras reglas.
Nosotros no tenemos que adoptar su estilo de vida, estamos
en nuestro país, y si mal no recuerdo el dicho es “cuando fueres a Roma, haz lo
que vieres”, no “cambia lo que vieres”. El pueblo panameño tiene su muy
auténtica forma de ser, entre esa “forma de ser” está el saber convivir con
gentes de todos lados. Siendo un punto de encuentro o puente de paso, los
extranjeros no nos son extraños y la prueba está en la diversidad de comunidades de
diferentes naciones que aquí están y con las que convivimos en total paz y armonía.
Una de nuestras principales características es que, aunque
nos digamos nuestras verdades, las ideas, las elecciones y opiniones son respetadas
y peleamos porque así sea; pues, mucha sangre, dolor y lágrimas nos costó
nuestra imperfecta democracia, aquí, pese a algunos extremistas del patio, que
en todos lados hay, en gran mayoría respetamos la libertad de pensamiento,
opinión y expresión, así como el derecho a pertenecer a grupos políticos o
religiosos o del tipo que sean, “sin que
se nos moleste por ello”. Y cuando algún nacional, sea de la sociedad civil o gobernante, se va contra esos principios, le cuestionamos de frente su irrespeto.
Yo no apoyo ni con mi sola presencia un acto en favor de
Nicolás Maduro, pero ni por ser panameña y estar en mi pleno derecho de
oponerme, EN MI TIERRA, MI PAÍS, se me ocurre tratar de boicotear un acto en su
favor; Y MUCHÍSIMO MENOS en la Universidad de Panamá, bastión del libre
pensamiento, nuestra principal casa de estudios superiores, uno de nuestros
bienes más preciados.
No hay nada que justifique la acción del grupo de
venezolanos que irrumpió en la Universidad de Panamá. No me importa quiénes
eran los invitados, no me importa si el motivo de la reunión me hizo achurrar
la nariz cuando me enteré, pues, pese a que algunos de esos grupos que apoyan al
Gobierno madurista se han metido conmigo por cuestionarlo, yo no copiaría tales
conductas, porque es precisamente contra lo que se lucha: la intolerancia,
madre de tantos crímenes de odio.
No voy a decir que tengo muchísimos amigos o conocidos cercanos
venezolanos, porque no los tengo, pero sí tengo algunos (así como de otras
nacionalidades) y los aprecio, respeto y quisiera que fueran felices aquí o en
su país o donde sea, como se lo deseo a todo el mundo, en especial a quienes
conozco; pero me mueve a expresar mi solidaridad el sufrimiento de un pueblo
hermano, al que considero que no podemos dejar solo, pero a cuyos miembros
residentes en Panamá debemos exigirles respeto por nuestro país,
nuestro pueblo, nuestra idiosincrasia, nuestras reglas y leyes.
Para mí es impensable -aunque me desquicien algunas
situaciones relacionadas con la migración, como el desorden y descontrol del
proceso en sí, algunos irrespetuosos, etc.- sostener una expresión de rechazo a
nadie que venga a mi país, pero también es impensable que en nombre de la
solidaridad se le va a dar contra a mi pueblo en su propia tierra.
Hermanos venezolanos: Lo del miércoles fue el acto de un grupito, pero
hizo daño a todos y esa no es la idea. Respeto, respeto, es lo que se espera,
además de que aporten al desarrollo del país que les ha dado acogida. No diré
que “con los míos, con razón o sin razón”, pero hay acciones inaceptables y esta
del miércoles es una de ellas. ¡Así no es la cosa! NO.