martes, 30 de septiembre de 2008

'Abuelito, ¿eres invisible?'

(En el Día Internacional del Adulto Mayor)

Doris Hubbard-Castillo

Crecí en una familia interiorana en la que los ancianos son respetados en el sentido estricto de la palabra. En los tiempos en que yo era niña no eran conocidas esas expresiones sobre tercera edad, adultos mayores, personas mayores; los viejos eran viejos, los abuelos eran abuelos, y punto... pero Dios!, como los amábamos y respetábamos.
Una visita obligada era a “casa de la abuela”, pero no por “obligada” literalmente, sino por lo que ella representaba. Su cariño; sus comidas; todas sus historias, especialmente esas sobre lo traviesos que eran nuestros padres o madres cuando tenían nuestras edades — sí, esos mismos que “ahora parecía que no nos comprendían”, porque no sabían por qué actuábamos “así”—; y hasta por sus consejos — que pocas veces seguíamos, pero que ahora sabemos lo valiosos que eran—.
Jamás se me hubiera ocurrido responderle —ni de buena, ni de mala forma— a mis abuelos, o a cualquier anciano de mi familia, o aunque fuera un desconocido, aunque sintiera que me asistía la razón. Respeto, es respeto, me enseñó mi madre.
En nuestra infancia y juventud, no entendemos lo que representan los abuelos, y demás ancianos de nuestras familias, y quizás ni de adultos nos detenemos a pensar en ello. Son sólo personas envejecidas a las que amamos ... casi siempre, y respetamos ... casi siempre, pero que poco a poco se van haciendo o, mejor dicho, las vamos haciendo invisibles.
Ellos lo sienten, lo sufren, pero no dicen nada. Quizás piensan que es parte natural de la vida: naces, creces, tienes hijos e hijas, nietos y nietas —o sobrinos y sobrinas, para los que no tienen hijos e hijas—... y te haces invisible, después... mucho después... mueres.
No creo que lo importante sea cómo los llamamos —“ancianos” o “adultos mayores”—, lo importante es cómo los tratamos y cuidamos, lo que hacemos para que se sientan lo que son, seres humanos que dieron un aporte importante a nuestras vidas, y que siguen teniendo mucho que dar.
No podemos seguir en este desprecio a la vejez... total, es el futuro de la mayoría.

-La autora es periodista.
dehubbard.castillo@gmail.com

domingo, 21 de septiembre de 2008

A los pañameños nos faltan opciones

Doris Hubbard-Castillo
dehubbard.castillo@gmail.com

Cuatro gobierno en democracia post invasión ya hemos tenido los panameños, pero parece que no superamos la pequeñez de la política criolla.
Un ambiente plenamente enrarecido por un ya odiosamente largo periodo de campaña con miras al 2009, mantiene a la población bajo el sopor de las palabras fuertes, las actitudes mesiánicas de quienes consideran que tienen la última palabra en política, por supuesto, una palabra bendecida por Dios – ¿o será algún “dios” elegido por ellos mismos como tal?-.
Da, como mínimo, grima la poca esperanza que tiene el pueblo panameño, no inscrito en ningún partido político, e incluso muchos del pueblo humilde que están inscritos, con la oferta que hoy se baraja. Pues parecen estar en una especie de juego en el Olimpo, en donde el resto de los mortales sólo tiene el derecho a poner la alarma del reloj el 2 de mayo para que los despierte temprano el domingo 3 para ir a depositar su voto, que sólo es sagrado en el momento en que se hace necesario. Pues una vez depositado, contado y definido el nuevo gobierno, los electores vuelven a quedar sin rostro ni valor digno de ser tomado en cuenta. Fuera del estricto periodo de elección, los electores no son “nadie importante”.
Si un simple mortal – yo por ejemplo- salgo a decirle a los políticos que ya estamos cansados de sus insultos a sus rivales políticos, de sus enredos de recámara, que de tan larga la campaña ya es un irrespeto a nosotros, estos que “no somos nadie” para ellos, estos que tenemos que ir a votar para que ellos sigan en lo suyo, alguien se preguntará “¿y esta quién es?”, “¿a quién representa?”. Porque resulta que quienes, contradictoriamente, tenemos el poder del voto, no somos más que un voto y la única opinión nuestra que les interesa es esa, el voto que depositamos el día de las elecciones, adormecidos, o mejor dicho, intoxicados por la campaña para recordar el pasado, por la campaña para desmeritar a los de siempre, por la campaña para quitarle la careta al que se dice la mejor opción de cambio.
Lo único bueno de la extensa campaña de que nos han hecho víctimas, o quizás deba decir, lo peor de ella, es que viéndolos a todos, poniéndolos en una balanza, o tratando de pasarlos por un tamiz, sentimos que la mejor opción es buscarnos otra opción.
Y eso se desprende de lo generosos que han sido todos en bombardearnos con cualquier cantidad de información contra sus adversarios, diciéndonos por qué no votar por el otro; sin embargo, no prestan atención a que quizás lo que queremos los electores es saber por qué debemos votar por cada uno de ellos. Pero están tan ocupados en fregarse los unos a los otros que olvidaron las propuestas reales, sostenibles, realizables.
O será que piensan que lo que queremos elegir el 3 de mayo es al menos malo, probarán así que las campañas de desprestigio surten efecto para adormecer el intelecto, total, un pueblo consciente es lo que menos quiere alguien que gobierna.
Nos faltan opciones, pero no opciones que vengan a dividir fuerzas políticas para darle el triunfo a uno de los mismos, lo que necesitamos es una opción que aglutine, que sume y que, alejada de las actuales propuestas que sólo nos ofrecen circo, aunque sin pan –porque ya está muy caro-, nos traigan una propuesta de desarrollo en todos los sectores del país, sin ofrecer seguir con políticas paternalistas, que sólo sirven para mantener perennemente viva una campaña política.