miércoles, 19 de diciembre de 2007

Hace 15 años no sé dónde está

---Artículo publicado en el diario La Estrella de Panama el 20 de diciembre de 2004.

Por Doris Hubbard-Castillo
dehubbard.castillo@gmail.com

La última vez que lo vi, creo que estaba dormido, al menos eso parecía. Su expresión era serena, con los ojos cerrados, su camisa a cuadros, boca abajo en medio de la calle. No sé cuántas veces se ha repetido en mi recuerdo esa imagen de mi hermano que vi en televisión.
Nunca más supe de él, pues ni siquiera hay una tumba con su nombre a donde llevarle flores.
Alejandro Antonio tenía ideales y los defendía, y aunque yo no los compartía en totalidad, lo respetaba por eso y lo sigo haciendo. Jamás se me ha ocurrido pensar que estaba equivocado. Simplemente sus convicciones políticas eran distintas a las mías y quizás más auténticas, porque tenía el coraje de salir a defenderlas, a tal punto que murió por ellas.
Teníamos una especie de acuerdo tácito, no hablábamos de política., cuando coincidíamos en algún lugar abordábamos cualquier tema, menos ese. Así mantuvimos una relación de cariño y respeto mutuo, sabiendo ambos que en temas políticos estábamos en esquinas contrarias, pero era más importante nuestro lazo de sangre.
Cuando por alguna razón yo hacia uso de mi autoridad de hermana mayor y le decía alguna torpeza por sus “andanzas”, el mantenía el acuerdo, sólo se reía. Era noble, mucho más que yo.
Aprendí con él a ser tolerante y a tener siempre presente que la diferencia de criterios no debe romper los lazos de amor y amistad. Cómo me habría gustado decirle que lo quería. Nunca lo hice. Nunca se lo demostré, no más allá de la caricia que siempre la hacia en la mejilla cuando nos encontrábamos, de vez en cuando un beso y un abrazo.
La certeza de que tenemos suficiente tiempo o de que “ya lo sabe” o, por lo menos, “lo supone”, no nos deja decirle a quien debemos que nos importa, que le queremos.
Quince años han pasado, no sé dónde está mi hermano, pero no busco culpables. Él se fue tras sus ideales.
¿Correctos?, ¿incorrectos?, no lo voy a discutir con nadie. Podría conversarlo con alguien como mi hermano, dispuesto a darlo todo por sus convicciones, que no tenga una doble moral y no cambie de bandera según su conveniencia. Alguien con la suficiente nobleza y tolerancia como para aceptar que no tenemos que ser enemigos por una diferencia de criterios.
No sé hasta dónde estaría dispuesta a llegar por defender un ideal, pero sí sé hasta dónde lo estuvo Alejandro, murió por ello.
Esa es la tabla con la que mido a cualquiera que se atreva s insinuar lo erróneo de sus ideas. Y esa es la tabla con la que creo que cada madre, padre, hermano hijo, que haya perdido a un ser querido que enfrentó al ejército estadounidense el 20 de diciembre de 1989, debe medir a todos los que en un momento dado han dicho que todos los que murieron eran delincuentes.
Es una etapa de nuestra historia que aún no está clara, pues nunca se ha dicho cuántos murieron, quiénes eran. Considero, sin embargo, que debemos superarla, pero jamás olvidarla. Sin promover odios, debemos reflexionar sobre lo que significó ver nuestro país agredido y destruido, por propios y extraños. Cómo en un trayecto de 10 años una parte del país se enemistó con la otra, familias divididas, hermanos enemistados hasta el odio, amigos traicionados, un país en bancarrota económica y moral.
Hay que recordar lo que otros ya han dicho, el pueblo que olvida su historia, la vuelve a repetir. No creo que haya un panameño que ame este suelo, que desee verlo en las mismas circunstancias en que lo vimos los últimos años antes y después de la invasión.
Hace unos días escuché a alguien decir que los panameños somos de memoria corta. Ojalá no sea cierto y si lo es, que no sea endémico, sería injusto con mi Alejandro, y con todos los Alejandros con cuya sangre se ha regado esta tierra, sin importar qué bandera política hayan ondeado.

No hay comentarios: