lunes, 2 de julio de 2012

Leyendo al presidente (I)

En una primera lectura al discurso del presidente de la República, Ricardo Martinelli, ante el pleno de la Asamblea Nacional el pasado domingo 1 de julio, pensé, en que, pese a que al final cuestionó “ligeramente” a la oposición, sencillamente bajó el tono.

La expectativa era si, con el acostumbrado estilo de desafío propio, y de sus seguidores, iba a llegar a poner las últimas cuerdas al tinglado, marcando de manera definitiva el estilo a seguir en lo que le resta del mandato, totalmente confrontacional.

Si bien no creo que sea una pieza literaria lo presentado, fue lo que debía ser, el informe de su gestión de gobierno, de lo cual un 20%, o menos, resultó en un intento de llamado medio tembloroso a la concertación, al diálogo, a dejar las armas en una esquina para echar el país hacia delante entre todos.

Mientras lo escuchaba iba pensando en la confiabilidad que podemos reconocerle a su palabra. Ya sabemos que hay que seguir “lo que hace no lo que dice”, pues con demasiada frecuencia nos cambia todas las preguntas cuando creemos tener las respuestas. Sin embargo, preferí darle un pequeño voto de confianza.

No obstante, personalmente siento, y lo he escuchado de otros, que faltó en ese discurso reconocer lo que le toca de responsabilidad por cualquier situación de desasosiego que se da en el país. Las excusas perfectas para toda situación que se esté originando desde la sociedad en general, las están dando él y su estilo de gobierno. Si bien las carreteras, puentes, hospitales y otras obras son necesarias, para complementar lo que conforma un estado de vida con calidad, hay condiciones inmateriales que son elementales para lograrlo. Tales condiciones, entre otras, tienen que ver con respeto a las reglas establecidas a través de la Constitución y las leyes; a los derechos humanos e individuales; disposición a perseguir el delito; a atender las denuncias de corrupción, buscando a los señalados por actos de corrupción, no persiguiendo a quienes se atreven a hacer las denuncias; que cada inversión en una obra del Estado no lleve en sí sobrecostos, mala calidad; que no se descalifique ni se persiga a quienes plantean los problemas que nacen de acciones equivocadas.

Podemos tener un país boyante, con una economía envidiable para otros que nos ven desde afuera y a quienes las luces del éxito que nos envidian no los dejan percatarse de que, además de que ese crecimiento no está llegando equitativamente a todos los sectores de nuestro pueblo, carecemos de una relación gobernantes-gobernados de respeto a nuestro derecho a fiscalizar, cuestionar y a que se nos consulte, escuche y acepten sugerencias cuando consideramos que las decisiones no son las que le convienen al país, las que nos convienen a todos.

Necesitamos un país con un gobierno amigable, comedido, que desista del ensayo y error como estilo de administrar la Cosa Pública. Que entienda que el secreto para la conciliación y la paz es gobernar pensando en el pueblo... y escuchándolo.

No hay comentarios: