jueves, 7 de abril de 2011

Una rosa para el Papa (I)

No recuerdo... hace... tres, cuatro... años, inicié por mi trabajo... o, gracias a mi trabajo, como gusten apuntarlo, una amistad muy especial -vía correo-.

Como todo en las relaciones humanas, ha tenido sus altas y bajas, lástima de regla general..., pero siempre se ha mantenido el vínculo, a veces a pesar de mí... pero siempre gracias a mi amigo. Hemos compartido mucho, pese a la distancia, y a que no nos conocemos personalmente, sueños, ideales, cuitas, consejos -de allá para acá, por supuesto-, regañadas -también de allá para acá-, pero con cariño.

Es una amistad de esas que me gustan mucho... un hombre inteligente, sabio, con un talento especial y siempre dispuesto a fortalecer el vínculo.

Entre las muchas cosas que compartimos, a finales del año pasado, el 20 de Diciembre, para ser exacta, le comenté a mi amigo que quería que me cumpliera con algo que yo por distancia y posibilidades económicas no podría hacer, por lo menos, no ahora... Le dije: "¿Me hace un favor?, ¿si va a donde está S.S. Juan Pablo II, le puede llevar una rosa?.., espero pueda y se acuerde, se la deberé...".

Fue un impulso... quería mandarle "un cariñito" a S.S., alguien que desde que entró en las vidas de los católicos alrededor del mundo, me marcó... con su sonrisa, su expresión, primero de padre amoroso, después del abuelo que siempre quise tener a mi lado... y "me convenció", aunque tengo mi forma muy personal de creer y practicar mi fe, lo creo especial, siempre lo he creído muy especial.

Así permanecí esperando, entre confiada, desconfiada y curiosa sobre si la respuesta de mi amigo sería positiva... el 24 de diciembre, en su mensaje de Navidad, me respondió: "Guardo la petición en la memoria. No sé cuándo será eso. Seguro que esa rosa le alegrará mucho (en el Cielo) al Papa, como también le alegraría mucho otra cosa que ya se imagina".

A lo que yo le respondí entonces: "Abrazos navideños... y espero que encuentre una rosa en el jardín que le recuerde lo que le pedí..., aunque, ¡ah!.. ¡están en invierno!, pero... los milagros aún pasan...".

Se fueron dos meses, entre ellos mis vacaciones, sin que nos volviéramos a comunicar, pero el 23 de febrero él lo recordó: "Le debo una rosa de su parte al Papa Juan Pablo II… A ver cuándo se la envío…".

Entonces mi respuesta, en una especie de abuso amical, fue: "Oiga, y la rosa no la envíe, ya la estoy enviando yo -qué fresca, ¿no?-, mire que en mi pueblo, de mano en mano, se perdió una carreta... jajajá. ¿Usted no puede llegar a su tumba? ¿Cómo se perdió la carreta?, después le cuento :-D".

Para el 21 de marzo aún la rosa no llegaba a su destino y mi amigo me escribió diciéndome: "Hoy pensé en Ud., porque todavía no le llevé la rosa a la tumba del Papa… Su hermano en Cristo...".

Pero... ya había entrado la primavera por aquellas tierras que disfrutan de las cuatro estaciones y, recordando los cerezos en flor que vi en esa época de un año ya lejano en Japón, le respondí: "Bueno, ya es primavera, supongo que pronto habrá rosas en los jardines de los parques, se puede... tomar una prestada, jajajajajaja, ya sé, usted no hace eso, jajajajajajaja".

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